Nueva carta de nuestra amiga Ana, desde el Hogar de Belén, en Ecuador

De parte de nuestros amigos Antonio y Ana (en esta ocasión nos escribe Ana), desde Ecuador

"Cada cual elegimos en los cruces de la vida nuestro camino, nosotros lo único que tenemos claro es que queremos que esos caminos nos lleven siempre al otro, al hermano, al prójimo, a quien nos necesita."
Con mucho cariño.


ALGUNOS APRENDIZAJES
En estos últimos tiempos han sido tantas las experiencias vividas, tanta la mezcla de sentimientos, que querer reflejar todo esto en unas cuantas palabras enlazadas es para mí tan difícil, como para un pintor extraer de su paleta todos los matices de una puesta de sol y al mismo tiempo pretender que al admirar su obra, las personas sientan el viento, el olor a mar, la paz del atardecer.
En mi adolescencia anhelaba ser escritora, poeta, o algo que se pareciera. De hecho por la casa de mis padres deben rodar algunos de mis viejos poemas, palabras que salían de un corazón juvenil y me emocionaban cada vez que las releía. Después, el pasar de los años fue relegando ese anhelo y el tiempo, con mi ayuda siempre, decidió mejor dedicar mi ingenio a tareas concretas más urgentes y mundanas, dejando la vocación primera en espera de días con más de 24 horas. Decidí ser misionera, y eso era como un sueño, como un deseo profundo pero lejano. Dicen que lo que se desea con el corazón siempre llega, y esa ha sido mi experiencia vital. Llegó un amor verdadero, llegó la experiencia de la misión, llegaron los hijos contra todo pronóstico, llegaron amistades duraderas y profundas, llegaron las despedidas y con ellas los reencuentros, la posibilidad de conocer otras tierras, otras gentes y otra manera de ver y organizar la vida.
Llegó sobre todo, la posibilidad de donar cada día, de darle un sentido pleno a la existencia, de hacer que las puertas se abrieran y que dejaran pasar con todo su equipaje a tantas personas sin rumbo. Pero también se colaron a veces el miedo, la violencia, las lluvias interminables del trópico, la mala fe. Ese es el riesgo de dejar la puerta abierta, entra quien quiere. Estos últimos nueve años han sido tan intensos que creo que no tendría memoria ni tiempo para describirlo todo. Sólo sé que he crecido como persona, como familia; he ganado en humanidad y mi compromiso se ha concretado, ya no es un sueño de adolescente. He aprendido a valorar a las personas por lo que son, no por lo que creen, piensan o tienen. He descubierto cada día que Dios se manifiesta en lo pequeño, como decía Jesús, y que así se siente cómodo.
Ahora sé que la maldad en el ser humano, a veces no tiene límites ni razones, pero que igualmente y con mucha más fuerza el amor tampoco. Que el mundo sigue en pie porque sigue habiendo personas que creen en el bien. Sé que hay personas buenas de cualquier credo y condición y las sé reconocer, igual que he aprendido a valorar un buen chocolate. Algunas de ellas las llevaré siempre en el corazón aunque nunca las vuelva a ver porque están dispersas por este mundo.
En estos años he superado muchos miedos y he aprendido a comer lo que me ofrecen y a valorar las costumbres de cada lugar, disfrutando de ellas
Algo sé de leyes, de contabilidad, de psicología clínica, de literatura y de gastronomía ecuatorianas, algo de medicina, y mucho de niños.
Pero lo más importante de todo este camino, lo que nunca voy a olvidar de este tiempo es el haber aprendido que el corazón es un músculo elástico, que se ensancha hasta donde uno quiere. Que acoge hasta lo impensable, que ama sin que haya límites para él. Y que tiene la capacidad, si le dejamos, de recuperarse de los peores traumas, lo he visto en montones de vidas pequeñas que han llegado a nuestro Hogar y han ido reconstruyéndose gracias al amor.
La verdad es que si hubiera sido escritora tendría con todo lo vivido material para escribir algún buen libro, eso dice mi hermano. Pero seguramente si me hubiera dedicado a escribir, no habría tenido mucho tiempo de vivir, y a eso sí que no pienso renunciar.